martes, mayo 08, 2007

SOS SAGASTA (DE NUEVO)



Me paran por la calle en mi condición de arquitecto para contarme un asunto bastante escandaloso relacionado con mi profesión, o mejor dicho, con la ausencia de mi profesión. La Asociación de Padres de Alumnos del Instituto Sagasta (ese edificio-institución del que un periodista diría que ha sido durante un siglo el buque insignia de la educación en Logroño) ha puesto el grito en el cielo ante el mal estado del edificio y la necesidad de una rehabilitación integral. Y como los profes del Instituto dicen que ellos están allí como de prestado, pues los padres se han tenido que mover hacia más altas instancias a ver quién se hace cargo de la reforma.

El Director General y el Consejero recibieron bien la propuesta popular (que para eso estamos en campaña electoral/ por cierto ¿cuándo no lo estamos?) y entrambos se pusieron en contacto con el arquitecto de la Oficina de Obras de la Consejería, supongo que el joven y voluntarioso Miguel Fernández Rueda, quien esta vez dijo que con el trabajo que día a día tiene sobre la mesa, un proyecto así le desbordaba, y que habría que contratarlo en la calle. Hasta ahí todo bien, pero…, en vez de encargar un proyecto (¿a quién?¿con qué presupuesto?¿con qué idea?) lo que han hecho para “ganar tiempo” es sacar a concurso por doce mil euros un estudio general del estado del edificio, y… (ahora viene lo peor) las empresas invitadas al concurso han sido… ¡tres ingenierías!

Se lo han adjudicado a una de ellas y en esas estamos. Y de ahí viene el abordarme en la calle: “teníamos pensado ir al Colegio de Arquitectos a plantear el asunto –me explican- pero ya que te hemos visto te lo preguntamos a ti: ¿no tenéis nada que decir los arquitectos ante este olvido de vuestra profesión? Una ingeniería podrá hacer un estudio del estado de las instalaciones eléctricas o de la calefacción a las órdenes y servicio del arquitecto que tenga que tomar las decisiones sobre la reorganización general del edificio, pero ¿tiene sentido gastar el dinero en esos informes sin dirección y sentido alguno?”

La respuesta es tan evidente que me da vergüenza decirla, sobre todo por lo repetida que es aquí: la arquitectura está que da pena; y tratar con arquitectos mediante las múltiples trabas que la administración se pone a sí misma es todo menos sencillo. A falta de crítica y cultura general sobre la calidad de los edificios y la ciudad, todo es sortear trabas administrativas, y dar contento a los periodistas de vez en cuando con encargos estrella, así que hasta tomar la decisión final sobre el edificio, es lógico que los responsables den largas al asunto. Quién sabe, igual ya no están en el sillón después de las siguientes elecciones y un muerto que se quitan de encima por doce mil euros.
Pero al margen de ese comentario decepcionante, también tengo que decir que el hecho de que haya gente como la de esa Asociación de Padres del Instituto Sagasta, que demandan arquitectura, es un rayo de esperanza.

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Pensándolo luego, me doy cuenta que el asunto no me es tan ajeno como yo creía pues a mediados de los ochenta tuve yo un encargo similar pero al revés. Como el arquitecto de la Oficina de Obras de la entonces Delegación Provincial de Educación estaba de baja, recibí el encargo de proyectar y dirigir unas obras menores en la Escuela de Artes y Oficios, edificio de una envergadura similar o superior al del Instituto, y como detecté que con obras menores cada año, estos edificios acaban arruinándose a parches, por el precio de una obra menor me atreví a realizar propuestas generales en las que las pequeñas obras que tenía que realizar tuvieran alguna coherencia. Hay que ser muy joven y muy ingenuo para hacer esas cosas, pero es que veinte años atrás aún tenía fe en la arquitectura y en los organismos públicos.

(El título de este post obedece a que a comienzos del 2004 publiqué un par de artículos, titulados SOS SAGASTA, uno en elhall (n 77 de enero del 2004) y otro en Piedra del Rayo (n 12). La amenaza de entonces era otra, pero el peligro parecido).